La célebre frase atribuida a Enrique IV -“París bien vale una misa”- puede interpretarse como el reconocimiento de que ciertas concesiones, aun cuestionables, resultan necesarias para alcanzar un objetivo de trascendencia. La política, entendida como arte de lo posible, implica aceptar decisiones pragmáticas para estabilizar sistemas complejos.
En ese sentido, la provincia de Buenos Ayres enfrenta hoy un dilema que, aunque de naturaleza distinta, exige una decisión de fondo: la redefinición de su capital política.
Hablar del traslado de una capital no es una cuestión ideológica ni un capricho arquitectónico. Es un análisis estratégico. La pregunta relevante no es si debe cambiar, sino dónde debe estar para maximizar su función.
La ciudad de La Plata, fundada en 1882 bajo parámetros de modernidad decimonónica, cumplió un rol adecuado para un país con eje extractivista y administración verticalizada. Pero las condiciones del siglo XXI han cambiado.
El problema central es la desarticulación geográfica relativa: la capital provincial está más próxima al AMBA que al conjunto del territorio bonaerense. Esto genera un fenómeno burocrático observable: las decisiones tienden a concentrarse en el eje La Plata-Conurbano, mientras el interior productivo queda subordinado a una lógica de intermediación política y administrativa.
Este desequilibrio no responde a conspiraciones ni a narrativas épicas. Responde a lógicas de proximidad, uno de los factores más determinantes en la administración pública.
En este marco, Junín aparece como una alternativa razonable, porque cumple con criterios mesurables:
- Una localización geográfica equilibrada, situada en un punto de convergencia entre los principales nodos productivos de la Pampa Húmeda, lo que reduce asimetrías y distribuye de manera más racional los flujos administrativos y logísticos.
- Conectividad estratégica, asegurada por la Ruta Nacional 7 -corredor transversal que vincula el Atlántico con el Pacífico- y reforzada por sus empalmes con la RN 33 y la RN 3 hacia la Patagonia, y con la RN 9 (articulada a la RN 8) hacia el Norte Grande. Esa red configura un sistema de movilidad que supera el actual modelo radial porteñocéntrico.
- Infraestructura ferroviaria y vial recuperable, sustentada en trazas históricas aún vigentes que permitirían restablecer corredores de circulación eficientes para funcionarios, documentos, cargas y servicios, disminuyendo costos y tiempos improductivos.
- Una matriz productiva diversificada, en la que convergen agricultura, industria, servicios especializados y un ecosistema educativo dinámico. Este entramado reduce la dependencia de un solo sector y fortalece la resiliencia económica del territorio elegido como sede de gobierno.
- Una escala urbana razonable, lo suficientemente amplia para sostener funciones administrativas complejas, pero lo bastante contenida como para evitar los efectos nocivos de la sobreconcentración poblacional que caracterizan al Conurbano y distorsionan cualquier planificación estatal de largo alcance.
- Junto a Tandil y Bahía Blanca conforman un triángulo estratégicoque integra producción, innovación y puertos, con corredores viales y ferroviarios complementarios, equilibrando la administración entre el interior atlántico, serrano y pampeano.
Desde un enfoque racional, trasladar la capital a Junín no debe pensarse como un acto de ruptura, sino como una reingeniería administrativa. Implica reorganizar flujos, redes de decisión y estructuras de representación. Hoy, numerosos intendentes del interior realizan largos trayectos para acceder a la esfera provincial, mientras delegaciones y organismos locales pierden capacidad operativa. La centralización opera como un imán que drena energía institucional.
El problema no es ideológico, sino estructural: un sistema territorial desequilibrado produce decisiones desequilibradas.
Como diría Umberto Eco, la provincia funciona como un “texto” en el cual ciertos signos -capital, producción, administración, territorio- se encuentran desalineados. Reordenarlos no requiere grandes gestos emocionales, sino una lectura correcta del sistema. La capital, como todo signo, expresa una relación: determina desde dónde se mira, desde dónde se decide y hacia dónde se orientan las prioridades.
Trasladarla a Junín no resolvería todos los problemas, pero modificaría la geometría del poder, corrigiendo un sesgo histórico que profundiza la asimetría entre el interior y el eje metropolitano. En Ciencia Política, este tipo de decisiones se clasifican como “intervenciones nodales”: cambios puntuales que reconfiguran la red sin necesidad de reformarla por completo.
En definitiva, si el objetivo es recuperar la funcionalidad territorial de Buenos Ayres, garantizar mayor autonomía municipal y equilibrar la matriz administrativa, entonces la lógica es simple: Buenos Ayres bien vale una capital.
Luis Gotte
Mar del Plata































































