Los hongos ya no son solo un ingrediente de cocina o un tema de laboratorio: están de moda y transforman experiencias en múltiples ámbitos, desde la gastronomía hasta el bienestar mental, abordando problemas como la ansiedad o la depresión.
En Claromecó, localidad balnearia que pertenece a Tres Arroyos, ubicada a 600 km de Capital Federal, Emilia García Ventureyra apostó por un proyecto que va más allá del conocimiento técnico y promueve salidas turísticas. Hoy, junto a guías locales, ofrece encuentros que acercan a los visitantes al fascinante mundo de los hongos y busca trazar la primera ruta de micoturismo en la provincia de Buenos Aires, comenzando por el mapa de Tres Arroyos.
Claromecó Fungi celebró este año su tercera edición, consolidándose como un encuentro anual dedicado a la identificación de hongos silvestres. La actividad, que cada año crece a pasos agigantados, reúne a investigadores de todo el país, miembros del CONICET y representantes de universidades nacionales como la UBA, Córdoba, San Luis y UNS (Universidad Nacional del Sur), así como a aficionados y curiosos que se acercan por primera vez a este fascinante mundo. La iniciativa de micoturismo propone conocer en profundidad los hongos locales, explorando sus propiedades, usos y técnicas de manejo, sumándose así a la creciente tendencia global de valorar y reconectar con la funga.
Emilia, coordinadora del encuentro y apasionada del universo fungi, recuerda cómo los hongos fueron abriéndose camino en su vida. “Cuando llegué a Claromecó, empecé a adentrarme en el bosque en busca de un hongo que guardaba en mi memoria desde la adolescencia. Pero al explorar, me encontré con que nadie señalaba cuáles eran seguros y cuáles podían ser peligrosos; la información era escasa y reservada. En el pueblo, muchos consumen hongos o conservan el recuerdo de recolectarlos con sus abuelos o padres, y ese aroma del hongo de pino secándose en la estufa durante el invierno es parte del sentir local. Sin embargo, cuando se trata de reconocerlos y compartir ese conocimiento, la gente sigue siendo bastante cauta.”
Así comenzó su camino de investigación y su vinculación con la Escuela Agrícola Claromecó, una asociación civil que por entonces desarrollaba un enfoque muy interesante sobre el cultivo de alimentos y el cuidado del entorno natural. Fue a través de esta ONG que Emilia se conectó con Pablo Postemsky, quien desde 2018 llevaba adelante un proyecto de cultivo de hongos comestibles y medicinales en toda la provincia de Buenos Aires, en colaboración con el CONICET. Pablo, director del Laboratorio de Biotecnología de Hongos Comestibles y Medicinales del CONICET CERZOS en Bahía Blanca, se unió con Emilia para iniciar un proyecto productivo de hongos comestibles en la sede de la EAC. Tiempo después surgió la idea de organizar un encuentro de hongos, y fue entonces cuando Emilia descubrió la existencia de los taxónomos, los especialistas dedicados a la identificación de estas especies.
En cada salida, ella propone un espacio de aprendizaje y camaradería. Durante las caminatas de identificación de hongos -que duran aproximadamente tres horas-, los participantes intercambian conocimientos y reconocen distintas especies. Con apenas cuatro personas ya realiza estas salidas, que combinan descubrimiento y disfrute de la naturaleza. A futuro, Emilia busca posicionar a Tres Arroyos como un destino ideal y capacitado para la actividad, y sueña con consolidar la primera ruta de micoturismo de la provincia de Buenos Aires, conectando experiencias, educación y turismo sustentable.
Los hongos se destacan por su gran capacidad regenerativa y su valor nutricional: son ricos en proteínas de alta calidad, vitaminas y antioxidantes. Su cultivo puede realizarse con materiales de bajo costo como cartón, residuos de poda, todos con lignina y celulosa, lo que los convierte en una fuente de producción accesible y potencialmente generadora de empleo. Además, son extremadamente versátiles en la cocina, pudiendo reemplazar cualquier tipo de carne y adaptarse a innumerables preparaciones, desde polenta con hongos y pasteles de papa rellenos, hasta milanesas y empanadas.
En Claromecó, los amantes de los hongos pueden encontrar especies destacadas como el Lactarius deliciosus, conocido como níscalo, rovellón o mízcalo, crece en bosques de coníferas, especialmente bajo pinos, y aparece en otoño en grupos numerosos. Su sombrero de 4 a 12 cm pasa de convexo a aplanado con depresión central, de color naranja con círculos concéntricos más oscuros, mientras que sus láminas densas y decurrentes se tiñen de verde al contacto. El pie es corto y cilíndrico y la carne firme exuda un látex naranja que se torna verdoso al oxidarse, con un sabor suave y afrutado. Esta especie es comestible y muy valoradas en la gastronomía, convirtiéndose en un atractivo fundamental para el micoturismo en la región. Pero también hay Flammulina velutipes (conocido como enoki), Agaricus campestris (champignon silvestre), Calvatia sp. (Conocido como pan de indio en la región pampeana).
Si viajás a Claromecó, dejate envolver por la fuerza del mar, la calma del bosque y la magia de un recorrido que invita a descubrir sus secretos entre olas y hongos.
Prensa y difusión
Sandra Kan & Cristela Cicaré