En el corazón de Sierra de la Ventana, la avenida San Martín no solo es una vía principal de circulación, sino también un punto crítico en materia de seguridad vial. La falta de señalización adecuada —especialmente la inexistencia de carteles de prohibición de giro a la izquierda y la ausencia de una doble línea amarilla— ha contribuido a que esta avenida se convierta en un escenario frecuente de accidentes de tránsito.
A pesar de que existen colectoras laterales que acompañan el trazado de la avenida y que podrían facilitar una circulación más ordenada, la carencia de infraestructura preventiva adecuada limita su eficacia.
No obstante, sería reduccionista adjudicar la totalidad de la responsabilidad al Estado. Si bien es quien debe garantizar las condiciones de circulación seguras, también es necesario señalar que cada uno de los actores que se desenvuelven en la vía pública —conductores, peatones, ciclistas y comerciantes— tienen un rol esencial que cumplir.
Conductores que no respetan normas básicas, peatones distraídos, vehículos mal estacionados o maniobras imprudentes son factores que, sumados a la falta de infraestructura, potencian los riesgos y aumentan la siniestralidad.
Además, es importante subrayar que muchas veces los costos de inversión en infraestructura —como la colocación de cartelería, pintura vial o reductores de velocidad— son significativamente menores que los costos sociales y económicos que genera un siniestro vial. A ello se suman los gastos de atención médica, traslados en ambulancia, intervenciones de bomberos y policía, y los perjuicios derivados del lucro cesante que sufren las víctimas o sus familias.
Es común escuchar voces críticas tras cada accidente, pero muchas de esas voces también son parte del problema. Porque en nuestra cultura vial, todos —en mayor o menor medida— hemos incurrido en faltas: cruzar indebidamente, estacionar en doble fila, no ceder el paso o utilizar el celular al conducir. El tránsito refleja una cuestión más profunda: una carencia de valores cívicos que atraviesa a toda la sociedad. Sin educación, sin respeto y sin empatía, ninguna obra o cartel será suficiente.
Este diagnóstico debe llamar a una reflexión profunda: la seguridad vial no se alcanza únicamente con infraestructura. Es el resultado de una cultura de respeto y responsabilidad compartida. Solo con el compromiso conjunto del Estado y la ciudadanía podremos transformar nuestras calles en espacios más seguros para todos.