«Un descubrimiento aterrador en el sótano del Club Hotel de Villa Ventana desentraña una historia de una familia tragada por la tragedia y un niño que sigue jugando entre las sombras.
Dicen que en lo profundo de las sierras, donde el eco se confunde con susurros antiguos, las almas perdidas aún caminan.
Belisario es guía de turismo. Lleva más de veinte años explorando los pasillos silenciosos y cargados de historia del viejo Club Hotel de Villa Ventana. Entre piedras centenarias, candelabros oxidados y vitrales que aún filtran la luz como un suspiro del pasado. Belisario ha vivido cosas que muchos preferirían olvidar.
Una tarde, mientras descendía solo al sótano del hotel —ese lugar al que pocos se atreven a bajar— decidió tomar una fotografía. Corría el rumor entre los lugareños de presencias, apariciones, sombras. Al revelar la imagen… quedó helado: una figura borrosa, pero inconfundible. La silueta de un niño. De pie, quieto, con un pequeño juguete en la mano. Una mirada vacía. Un instante congelado entre este mundo y el otro.
Pasaron los años. Y como guía, Belisario siguió contando la historia del lugar a miles de visitantes. Hasta que un día, mientras relataba entre anécdotas y leyendas, una niña de no más de siete años levantó la mano. Con naturalidad inquietante, le dijo:
—Yo puedo ver fantasmas.
El grupo rió nervioso. Horacio, en cambio, se quedó en silencio. La invitó, discretamente, a que lo acompañara al sótano. No le dijo nada de la foto. No mencionó al niño.
Allí abajo, la niña se quedó muy quieta. Observó. Y luego murmuró:
—Hay un niño… dice que se llama Milo y tiene un juguete en su mano; luego se dirigen a uno de los corredores del hotel viejos pasillos ..allí la niña se detiene nuevamente; aquí esta su mamá. Ella le pide que no haga ruido cuando alguien baja; porque los molestan.
Intrigado, Belisario decidió investigar. En los registros más antiguos del Club Hotel, encontró una historia olvidada, casi oculta bajo el polvo de los años. A principios del siglo pasado, una familia vivía allí, cerca de la antigua caldera. El padre era encargado del mantenimiento. Una mañana, una falla provocó una explosión.
En el acto, murieron él, su esposa… y su pequeño hijo, Milo.
Desde entonces, dicen que sus espíritus no han abandonado el lugar. La madre, protegiendo a su hijo. El padre, intentando reparar eternamente lo que nunca funcionó. Y Milo… Milo sigue ahí. Esperando. Jugando entre las sombras del sótano.
A veces, cuando bajan niños al tour… algunos sienten que algo les tira del pantalón. Otros afirman oír una risa lejana. Y otros, simplemente, no quieren volver.
Porque Milo no está solo.
Milo… siempre está esperando con quién jugar.
A continuación el relato de Horacio «Belisario» Mendoza en el programa Frecuencia Paranormal de FM Reflejos