Tras 45 días de recorrida por municipios bonaerense, cada jornada termina en una habitación de hotel de la ciudad cabecera visitada. La rutina se repite: enciendo la televisión buscando Información local, alguna voz que narre lo que pasa en el territorio comunal. Pero lo que aparece en pantalla no es San Pedro, Junín, ni Lincoln, ni Chivilcoy. Es CABA.
Con otro nombre de proveedor de señal de cable, pero con la misma programación, los mismos formatos, el mismo relato. La televisión “local” no es local: pareciera una franquicia metropolitana. La provincia se diluye en una grilla uniforme de contenidos porteños.
Lo que pudiera presentarse como un “canal local o regional” es, en realidad, una repetidora cultural. Las películas son las mismas que se emiten en todas las señales, los noticieros replican el estilo porteño, los magazines copian la estética porteña. No hay armados propios, ni cobertura a cooperativas, ni entrevistas a productores, ni debates sobre la autonomía municipal. La pantalla ignora la ruralidad, la vida comunitaria, los clubes sociales, las fiestas patronales, los conflictos locales. Es una televisión DESBONAERENSADA.
Este fenómeno no es casual. Es parte de una lógica más profunda: el centralismo comunicacional. CABA no solo concentra los recursos, las audiencias y los discursos; también impone una estética, una narrativa y una agenda. La televisión del interior reproduce ese modelo, por imitación o por dependencia. El resultado es una colonización simbólica: los municipios aparecen como el decorado, nunca como protagonistas.
El problema es político y estructural. Lo que debería ser un espacio de creatividad y de construcción comunitaria termina convertido en otra herramienta de centralismo. El bonaerense mira la pantalla y no se reconoce; ve una copia mal hecha de lo porteño, mientras sus problemas concretos -las rutas destruidas, la producción postergada, la falta de empleo, la vida de sus barrios- quedan fuera de foco.
La ausencia de medios verdaderamente locales es una forma de silenciamiento. Si no hay relato propio, no hay identidad. Si no hay pantalla que muestre lo que pasa en el territorio, no hay articulación comunitaria.
La televisión podría ser una herramienta de integración regional, de construcción de ciudadanía, de visibilización de lo emergente. Pero hoy es lo contrario: una máquina de homogeneizar, de invisibilizar, de extender el imaginario porteño hasta el último rincón de la provincia.
Esto tiene consecuencias políticas. Sin medios locales fuertes, no hay debate público territorial. Sin relato comunitario, no hay proyecto regional. La televisión que vemos cada noche no solo entretiene: también modela lo que creemos posible. Y si todo lo posible está en CABA, la provincia queda atrapada en una ficción ajena.
El centralismo no solo se expresa en la política y la economía: también se infiltra en la cultura y en los medios de comunicación. Y mientras la provincia de Buenos Ayres no tenga medios fuertes, propios, con capacidad de generar contenido original y arraigado en su territorio, seguirá condenada a ser periferia de un discurso único que baja desde CABA.
La reorganización bonaerense que muchos soñamos -con municipios autónomos, regiones productivas y comunidad organizada- necesita también una refundación comunicacional. No alcanza con reformar instituciones si el relato sigue siendo centralista. Hace falta una red de medios regionales, cooperativos y comunitarios que narren desde el territorio y para el territorio. Que muestren lo que no se ve, que conecten municipios entre sí, que construyan identidad desde abajo.
La televisión local no puede seguir siendo una extensión de CABA. Tiene que ser una expresión de la provincia real, la que trabaja, produce, organiza y sueña. Porque si no contamos lo nuestro, otros lo contarán por nosotros. Y lo harán mal.
…Contra la desbonaerensación: Nuevos Aires
Luis Gotte
la trinchera bonaerense
Desde la ciudad de 9 de julio