Tercera y última parte- Las consecuencias reales de dividir la provincia
Quienes promueven dividir la Provincia de Buenos Ayres en cinco nuevas provincias imaginan que la fragmentación resolverá los problemas estructurales. Pero no han pensado en las consecuencias inmediatas, políticas, económicas y sociales de semejante desmembramiento. La división no generaría eficiencia: generaría caos, y ese caos tendría nombre, territorio y víctimas concretas.
La primera consecuencia sería el destino del Puerto de Buenos Ayres, hoy enclave estratégico para la logística nacional y terminal de un tercio de las exportaciones argentinas.
Al dividir el AMBA en dos provincias -Norte y Sur-, el puerto quedaría sin Provincia madre. En términos constitucionales y competenciales, perdería función, autoridad y financiamiento. Sin un Estado provincial que lo sostenga, el puerto quedaría condenado al desmontaje. ¿Y qué vendría después? Un nuevo emprendimiento inmobiliario, como ya se ha visto en cada reconversión urbana de alto valor.
Las miles de familias que dependen del puerto serían expulsadas, y lo mismo sucedería con quienes viven en las villas que quedarían “dentro del nuevo proyecto”, como la Villa 31. Esas personas serían desplazadas hacia las nuevas provincias del conurbano, que absorberían la presión habitacional sin infraestructura, sin presupuesto y sin planificación. Esa masa poblacional desplazada no encontraría contención estatal: sería empujada hacia la marginalidad estructural.
Las dos nuevas provincias del AMBA -la del Norte y la del Sur- nacerían con un problema insalvable: demasiada gente, demasiado poco territorio útil y cero control institucional. Serían territorios sometidos a una presión demográfica insoportable, terreno fértil para el avance del narcotráfico, el crimen organizado y la proliferación de economías ilegales.
Los habitantes de esa región serían convertidos en los parias de la Argentina, encerrados en provincias inviables, pobres y sobredensificadas, administradas por gobiernos débiles desde el nacimiento, controlados por las mafias corruptas. ¿Qué hará la ciudad del Buen Ayre, construirá un muro para separarse?
Las otras tres provincias tampoco escaparían al problema. Al dividir la Provincia de Buenos Ayres, las regiones productivas quedarían replicadas sin complementariedad. Nacerían nuevas provincias idénticas en sus estructuras productivas, compitiendo entre sí por el mismo mercado agroexportador, disputando los mismos puertos, reclamando las mismas rutas, los mismos ferrocarriles y los mismos actores logísticos.
En vez de armonía territorial, habría competencia destructiva, fragmentación fiscal y una carrera por ver quién ofrece más exenciones a los mismos sectores productivos.
En ese escenario, el poder económico agrícola-ganadero tendría un poder desmedido. El peso relativo de cada provincia sería tan bajo que cualquier lobby sectorial podría capturar al poder político con facilidad. La política quedaría sometida a intereses privados, y el poder nacional podría ser condicionado por tres o cuatro grupos exportadores capaces de dominar la agenda de cada nueva provincia. Argentina pasaría a ser un país más desequilibrado, más desigual y más oligopolizado, con un territorio fragmentado y sin un centro político claro.
Dividir Buenos Aires no mejora nada: agrava todo. Desarticula el AMBA, destruye el puerto, expulsa población vulnerable, multiplica la pobreza, fragmenta el poder político, debilita la soberanía y concentra la economía en pocas manos.
La verdadera transformación no es romper la provincia, sino organizarla: con autonomía municipal, con regionalización productiva, con una nueva capital en Junín y con una arquitectura institucional del S.XXI.
La Provincia de Buenos Aires no necesita nuevas fronteras: necesita que la organicen.






























































