La provincia de Buenos Ayres se encuentra atrapada en su propio laberinto. Y como decía el poeta nacional Leopoldo Marechal, “ de todo laberinto se sale por arriba ”. ¿Qué quiero decir con esto? Que no bastan pequeños parches administrativos ni discusiones coyunturales: hace falta un cambio profundo de visión geopolítica y estratégica.
Hoy la provincia atraviesa uno de los momentos más críticos de toda su historia. Por primera vez, el contexto internacional ya no juega a su favor, le es totalmente desfavorable. Desde su fundación, aquel 11 de febrero de 1820, Buenos Ayres ha repetido un mismo patrón: producir materias primas sin valor agregado para Europa, principalmente Inglaterra. Esta matriz, en la División Internacional del Trabajo, puramente extractivista, no cambió en dos siglos. Sin embargo, ahora ese Occidente que sostiene esa estructura se está transformando de manera acelerada.
La guerra entre la OTAN y Rusia, iniciada el 24 de febrero de 2022, está disparando un salto tecnológico formidable que ya se traslada de la industria militar a la civil, como ocurrió después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En los próximos años veremos desarrollos agrícolas y ganaderos de una escala y sofisticación nunca imaginadas. China, con su expansión productiva y su innovación aplicada al campo, es otro actor decisivo en esta reconfiguración alimentaria global.
Pero lo más inquietante es que toda esa revolución tecnológica no quedará restringida a Eurasia: ya se está transfiriendo -y se profundizará- en el occidente africano, particularmente en la región del Sahel (Burkina Faso, Mali y Níger), que incluso han recibido órdenes de adhesión de otros cinco países para conformar un bloque económico y estratégico. Mientras tanto, Argentina, encolumnada detrás de Europa, ¿qué transferencia tecnológica real ha recibido? Ninguna. Salvo los ramales ferroviarios quitados por el menemismo, las terminales portuarias en control británico y la deuda externa como único legado constante.
Si la provincia de Buenos Ayres no logra ordenarse y redefinir su matriz productiva y su inserción internacional en la próxima década, debemos preguntarnos con crudeza: ¿a quién le vamos a vender nuestra producción? ¿Qué mercados quedarán disponibles?
Resulta alarmante constatar que el campo y sus principales entidades -la Sociedad Rural Argentina, CONINAGRO, la Confederación Rural Argentina y la Federación Agraria no discuten estos temas de fondo. Siguen pendientes de las propuestas que bajan del Departamento de Estado norteamericano. Parecemos aferrados a una mirada del siglo pasado, cuando la producción primaria alcanzaba para garantizar divisas y proyección internacional. Hoy, eso ya no es suficiente. No alcanza.
La oportunidad de salir del laberinto existe, pero no será con los mismos métodos ni con los mismos diagnósticos. Como decía Marechal, la única salida verdadera es “ por arriba ”: mirar con coraje el horizonte de cambios globales, asumir la crisis de nuestra vieja matriz agroexportadora y construir una estrategia provincial desde lo nacional que combine tecnología, inteligencia artificial, valor agregado y una diplomacia económica que deje de ser pura declamación.
Porque si no somos capaces de pensar la provincia en términos de soberanía productiva, algoritmos y comunidad organizada, la próxima década nos encontraremos, otra vez, reclamando auxilio a los mismos acreedores que nos han condenado a la dependencia.
Un pueblo que no se atreve a pensar su destino con audacia termina mendigando el futuro que otros le diseñan.
Luis Gotte
La trinchera bonaerense, MDP
luisgotte@gmail.com
Coautor de Buenos Ayres Humana I: la hora de tu comunidad (Ed. Fabro, 2022) ; Buenos Ayres Humana II: la hora de tus intendentes (Ed. Fabro, 2024) ; y en preparación: Buenos Ayres Humana III: La Revolución Bonaerense del Siglo XXI, las Cartas Orgánicas municipales.