La ciudad capital de la provincia bonaerense, La Plata, nació con un propósito ambicioso: ser la orgullosa capital de los bonaerenses y el cerebro planificador del desarrollo y crecimiento de la provincia más rica y diversa de la Argentina. Sin embargo, ese sueño nunca se cumplió.
La Plata se convirtió en un centro administrativo y burocrático, encerrado en sí mismo, que más que impulsar, terminó retardando el desarrollo bonaerense. La ciudad quedó atrapada en la lógica de la gestión rutinaria, distante de la realidad del interior y de las necesidades de los municipios, incapaz de orientar el rumbo productivo, territorial y social de la provincia.
Hoy la provincia necesita mucho más que un escritorio de trámites: precisa una capital que la represente y la escuche, que sea el centro neurálgico de la toma de decisiones y el motor de un proyecto de desarrollo de su conjunto. Una capital capaz de resolver los problemas estructurales, de planificar qué producir, cómo hacerlo, cómo distribuir y cómo lograr que los bonaerenses vivan en un territorio de riqueza, equidad y felicidad. Si La Plata no pudo cumplir esa misión, surge inevitablemente la pregunta: ¿cuál podría ser su reemplazo?, ¿cuál debería ser la nueva capital política de los bonaerenses?
Al pensar en opciones, Bahía Blanca aparece como una posibilidad natural: es un puerto estratégico, polo industrial y de servicios, con capacidad de conectarse al mundo. Sin embargo, repite vicios de la Capital Federal: un egoísmo estructural, un individualismo cerrado, un desarrollo que mira hacia adentro y da la espalda a los municipios de su entorno. Su proyecto histórico ha sido más propio que colectivo, y por eso reproduce los mismos errores que los bonaerenses le critican a La Plata.
Mar del Plata, la ciudad más grande de la región extra-AMBA, también podría pensarse como candidata. Pero su identidad turística y balnearia la condiciona: es un centro que piensa en temporadas, en visitantes, en objetivos distintos de los que hacen a la conducción política de una provincia tan vasta y diversa. Mar del Plata es motor cultural, gastronómico y recreativo, pero difícilmente pueda ponerse en el papel de árbitro neutral y ordenador de un territorio bonaerense agrícolo-ganadero.
Pergamino, por su parte, es otro centro pujante de la provincia, con una fuerte vocación agrícola e industrial. Sin embargo, su mirada está más volcada hacia la región que comparten Santa Fe y Córdoba que hacia el conjunto bonaerense. Su eje de pertenencia es la pampa húmeda interprovincial, no la totalidad del mapa bonaerense con sus complejidades, desde el conurbano hasta la costa, desde el sur postergado hasta el norte en producción.
En este recorrido comparativo, la opción más equilibrada y prometedora es Junín. Su ubicación geográfica la convierte en un verdadero nodo de conexión: está lo suficientemente lejos del centralismo platense y porteño, pero al mismo tiempo vinculada con el resto del territorio a través de rutas, ferrocarriles y corredores productivos. Junín es ciudad universitaria, agrícola, industrial y de servicios, con capacidad para crecer sin perder identidad, con vocación de integración y con una cultura más abierta al diálogo con los municipios vecinos. Allí podría construirse una capital política que no se encierre en sí misma, sino que sea reflejo y caja de resonancia de los intereses bonaerenses en su conjunto.
Pensar una nueva capital no es un capricho ni una utopía. Es reconocer que la provincia más grande y productiva de la Argentina necesita un centro político a la altura de sus desafíos. Una ciudad que no sea solo burocracia ni rutina administrativa, sino motor de planificación, lugar de encuentro entre regiones, espacio de decisión colectiva y plataforma de futuro. Junín reúne las condiciones para ser esa capital política: neutral en las disputas históricas, con proyección de crecimiento y con un perfil que puede encarnar la verdadera representación de todos los bonaerenses.
La provincia debe animarse a repensarse a sí misma. Cambiar la capital no es trasladar edificios: es redefinir un modelo político, asumir que Buenos Ayres merece un corazón que palpite al ritmo de sus pueblos y municipios, y no al compás de oficinas alejadas de la realidad. La Plata cumplió su ciclo histórico. Es tiempo de abrir el debate y proyectar a Junín como el nuevo centro político de los bonaerenses, capaz de guiar a la provincia hacia el S.XXI con la fuerza de su gente y el horizonte de un desarrollo justo y organizado.
Luis Gotte
la trinchera bonaerense
desde la comunidad de Mar del Plata