Cada 13 de noviembre, el natalicio de Arturo Jauretche nos convoca a revisar no sólo su legado como pensador, sino también el estado actual de nuestra conciencia nacional. Jauretche no fue un académico encerrado en teorías abstractas: fue un pensador militante, como le gustaba decir. Un escritor que entendió que la batalla cultural es inseparable de la batalla política. Su obra, desde «El medio pelo en la sociedad argentina» hasta «Los profetas del odio», nos enseñó que el pensamiento nacional no es una opción estética, sino una necesidad histórica.
En tiempos donde se ha traicionado la idea de Nación -donde se celebra la dependencia, se ridiculiza la soberanía y se desprecia la identidad popular- las palabras de Jauretche vuelven a marcar el camino. Él nos advirtió sobre los peligros del pensamiento colonizado, ese que repite fórmulas extranjeras sin entender la realidad argentina. Nos enseñó que no hay justicia social sin soberanía económica, ni desarrollo sin cultura nacional.
Hoy, cuando se pretende gobernar desde la banca financiera y se desprecia la historia como si fuera un estorbo, el pensamiento jauretcheano se vuelve urgente. Porque Jauretche no sólo denunció el colonialismo económico, también combatió el colonialismo mental. Nos recordó que los pueblos que no piensan con cabeza propia terminan obedeciendo intereses ajenos.
El pensamiento nacional, para Jauretche, era el punto de partida para organizar un país más justo, soberano y con identidad. No se trataba de encerrarse en el pasado, sino de comprenderlo para transformarlo. Su mirada era profundamente popular: confiaba en la sabiduría del pueblo, en la cultura criolla, en la capacidad de los argentinos para pensarse desde su propia historia.
En este presente de entregas y simulacros, donde se confunde libertad con mercado y se reemplaza la comunidad por algoritmos, volver a Jauretche es volver a la raíz. Es recuperar la dignidad de pensar con nuestras propias palabras, de sentir con nuestros propios símbolos, de construir con nuestras propias manos.
Arturo Jauretche no fue un profeta del odio, fue un profeta de la esperanza nacional. Y su legado sigue vivo en cada argentino que se niega a rendirse, que defiende la Patria como idea, como territorio y como comunidad. Porque como él mismo escribió: “el arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza.”
Luis Gotte
la trinchera bonaerense






























































