En un mundo que vive una profunda reconfiguración geopolítica, donde el colonialismo occidental tambalea y surgen nuevos polos de poder, Argentina no logra salir de su propio laberinto. La pregunta no es ya qué modelo económico adoptar o qué partido político gobernará a partir de 2027: la pregunta de fondo es si el país seguirá siendo una colonia funcional del capital globalista internacional, o si asumirá el riesgo y la dignidad de convertirse en un nuevo símbolo de soberanía popular y resistencia hispanoamericana, como lo es hoy Burkina Faso en África Occidental.
Argentina, como gran parte de América Hispana, no ha superado aún el proceso de descolonización. Tras la independencia formal del S. XIX, persistió una colonización estructural que se manifiesta en la dependencia tecnológica, financiera, alimentaria, energética y cultural. Esta colonización moderna no se ejerce ya con uniformes ni barcos, sino con deuda externa, condicionamientos del FMI, tratados de libre comercio y una cultura mediática extranjerizante.
Los pactos económicos firmados a espaldas del pueblo, la privatización sistemática de recursos estratégicos, la entrega de litio, petróleo y alimentos sin valor agregado, son síntomas de una crisis más profunda: la subordinación de la política nacional al proyecto globalista de las élites transnacionales.
Por otro lado, hasta hace poco, Burkina Faso era presentado como uno de los países más pobres del mundo. Sin embargo, en los últimos años, bajo el liderazgo del joven Capitán Ibrahim Traoré, se ha convertido en un modelo de ruptura con el orden colonialista, al menos en términos simbólicos y estratégicos. A pesar de las dificultades materiales y las amenazas externas, ha recuperado el control de sus recursos, redefinido su política educativa, rechazado los condicionamientos del FMI, expulsado a las tropas francesas que ocupaban su territorio y combatiendo al estado profundo.
Burkina Faso no es hoy una potencia económica, pero representa un acto de dignidad en estado puro. No repite consignas progresistas vacías, no simula unidad política con fines electoralistas, sino que construye desde abajo una nueva institucionalidad popular, basada en la soberanía, la educación y la producción.
Mientras tanto, en nuestro país, los debates políticos orbitan alrededor de nombres, listas, encuestas y especulaciones judiciales. Se discute el calendario electoral, los cargos a repartir, pero nadie se atreve a romper con la lógica colonial que empobrece y vacía a la nación desde 1976 a la fecha.
¿Por qué ningún espacio político plantea una ruptura definitiva con el sistema globalista internacional?
La clase política argentina se comporta como gerente de un sistema colonial aggiornado, en el que se simula representatividad mientras se perpetúa la dependencia.
Argentina no necesita repetir el camino de la pobreza, pero sí el de la dignidad. Como en Burkina Faso, se necesita una conducción dispuesta a enfrentar las consecuencias de la emancipación real. Hay que organizar desde abajo, comenzar por los municipios, potenciar las regiones productivas, impulsar una cultura del trabajo y de la soberanía, recuperar el rol del Estado sin caer en la burocratización, y reconstruir una economía centrada en las necesidades del pueblo y no en los dictámenes de Wall Street o Bruselas.
Esta no es una tarea para los nostálgicos del desarrollismo, ni para los burócratas del relato. Es una causa para los hombres y mujeres de la tierra, para los que siembran, los que crían, los que organizan comedores y cooperativas, los que levantan barrios y no banderas partidarias.
El dilema es claro: o seguimos como colonia, o nos levantamos como Burkina Faso.
Burkina Faso no es hoy un ejemplo de miseria, sino de resistencia. Argentina debe mirar esa experiencia con humildad y valentía. Porque un país que no controla su territorio, sus recursos y su cultura, nunca será libre. Será un decorado democrático al servicio del capital extranjero.
Como nos recuerda el Gral. Juan D. Perón, “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Lo demás, es relato. Lo demás, es colonia.
Por Luis Gotte
La Trinchera Bonaerense
