Anoche, en una curva de la ruta que conecta Tornquist con Sierra de la Ventana, la niebla, el asfalto mojado y un descuido se conjugaron en una tragedia. Un conductor, solo en su vehículo, perdió la vida tras despistarse, chocar contra una pared rocosa y volcar.
Los informes preliminares indican que no hubo fallas mecánicas ni problemas estructurales en la ruta. El conductor llevaba los cinturones de seguridad enganchados… pero al respaldo del asiento, no sobre su cuerpo. Es un gesto tan común como peligroso. En el momento del impacto, fue expulsado de su asiento y murió por los golpes. El cinturón, ese simple gesto de abrocharse, podría haberlo salvado.
El paisaje de nuestras sierras, hermoso y cambiante, también exige respeto. La ruta no perdona excesos de confianza. Y las condiciones climáticas de anoche —niebla cerrada, calzada húmeda— requerían máxima precaución. Bajar la velocidad, aumentar la atención, anticiparse. Porque conducir en montaña no es lo mismo que conducir en ciudad. Porque una curva con niebla no se toma igual que un camino seco a plena luz del día.
Esta muerte no fue producto del azar, ni de la fatalidad inexplicable. Fue consecuencia de una cadena de decisiones pequeñas, pero letales. Una velocidad inadecuada, un cinturón sin colocar, una curva traicionera.
Y eso es lo más doloroso: que pudo evitarse.
Conducir es un acto de responsabilidad permanente. No importa cuántas veces hayamos hecho el mismo trayecto. No importa si el cinturón molesta, si el camino parece tranquilo, si vamos apurados o si creemos tener todo bajo control.
Cada decisión al volante importa. Porque en la ruta, como en la vida, no siempre hay una segunda oportunidad.